lunes, 8 de noviembre de 2010

Flume.



Por primera vez, con las manos calientes, los pies como siempre, helados, camino al lado de la playa.
No siento el exterior, probablemente tenga congeladas las impresiones de fuera.
No oigo el sonido del mar, y no por desdén, sino porque parece que transcurran inevitablemente las notas del Lay lady Lay de Dylan. Ni mucho mneos es físico, ni siquiera llevo encima el ipod, sino que es más bien flotante. Las oigo pasar por mi cabeza, y sin embargo, no puedo ni tan siquiera acercarme a soltar una sola palabra de ella por mi boca. No puedo a penas tocar la abstracción con un dedo.
Flotan, y aún así, pesan, y se hunden como la cucharilla que baila en una taza que le viene grande.
Y pienso: yo floto el una taza más grande, el mar, y me mantengo a flote aún no sé cómo, y lo desconozco tanto como la razón misma de estar caminando sin saber a dónde voy en medio de la madrugada del domingo, flotando, no fluyendo, manteniéndome y cuidando no escurrirme por las grietas que van dejando las horas que pasan a mi lado y, rezagadas prefieren no seguirme hasta casa. Cuando llego, olvido.


Bon Iver – Flume

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Sonic ways.

Me vuelve loco la doble personalidad de esta pequeña ninfa. Tal vez de todas las ninfas. Esa mezcla de una soñadora ternura infantil y cierta temerosa vulgaridad. Ya sé que es una locura escribir este diario, pero el hacerlo me proporciona una extraña emoción, y solo una amante o esposa, podría descifrar mi microscópica escritura.

(Lolita)