Y hoy, por ser hoy, me pinto las uñas de un color normal, me aparto el pelo de la frente y me lo sujeto con una horquilla dorada. Espero y vuelvo a emprender el paso hacia un punto medio y vuelvo a esperar. Recorro junto a la misma persona de hace tres años el mismo camino. No llueve, pero el suelo resbala. Una parada mientras que mis pies, que están empapados después de pisar una decena de charcos, se secan medianamente. Un té.
Mis recuerdos se paran, se congelan creyendo que este es el último de muchos.
Una pausa cerebral que a penas dura un segundo y que sin embargo parece que no retoma su actividad hasta después de una hora.
El camino más corto hacia la misma puerta de siempre. Todo es lo de siempre: el mismo punto, la misma dirección, los mismos pasos, nada ha cambiado, ni siquiera tú, que al final acabas mirando igual. Un abrazo duradero y un mensaje larguísimo que parece condensar los pensamientos que han rondado mi cabeza durante estas últimas semanas. Te vas pero sigues aquí, donde siempre has estado, de un modo u otro: conmigo.
Desde mis quince hasta mis dieciocho. La constante variable.
Muy sincero. Me encantan ese tipo de textos.
ResponderEliminarLlegan el doble.